En la sala 773 del Museo del Museo del Louvre está expuesto un cuadro pequeñito y un tanto extravagante de 1679 llamado “Magdalena penitente consolada por los ángeles”. En él, más que una pecadora arrepentida, vemos a una señora en un estado de sensualidad mística más propio de una modelo de lencería fina del siglo XVII que de una santa pesarosa y suplicante.
(Magdalena dándolo todo)
Este es el efecto que causa la obra de Josefa D’Obidos, la artista más relevante del Barroco lusitano. Hija de un pintor portugués y de una hidalga andaluza con posibles, como buena niña pija ingresó en un convento de clausura, los colegios mayores de la época. Allí las chavalas podían pintar, escribir y estudiar matemáticas, música, latín y filosofíar sin que les obligaran a casarse con el primo tonto o el tío cojo. Pero Josefa, en vez de dedicar su vida a la adoración del Divino, decidió volver a casa de su padre y forrarse pintando bodegones, cuadros del Niño Jesús e imágenes de Santa Teresa, la persona que más influyó en su obra. Es que una chica puede ser amante de Dios y gestionar bien los dineros.
(Mística pero forrada)
Todo lo que sabemos de la vida de Josefa es alucinante. Su padre la emancipó y nunca se casó, renunció a la herencia a favor de sus hermanas, pintó a princesas, aristócratas y santas y ella misma gestionó la contratación y la venta de sus obras e invirtió su inmensa fortuna en fincas del Alentejo sin necesidad de intermediarios. Durante siglos, académicos muy estudiados menospreciaron su obra, por ser demasiado femenina, como si eso fuera un insulto. De esos señoros nadie se acuerda hoy. Pero cuatro siglos después, un cuadro de Josefa está colgado en el Louvre, entre un par de Velázquez y un Zurbarán. Jaque Mate para Josefa.
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A veces la vida no sale como una la había planeado. Eso debió pensar Luisa Todi cuando vio su toda su fortuna desaparecer entre las aguas turbulentas del Duero. Triste final para aquella chiquilla nacida en Setúbal que llegó a ser la mezzosoprano más cotizada de la Europa de finales del siglo XVIII, portada de revistas y tratada como la Beyoncé neoclásica por el público y, sobre todo, por las cortes europeas con pasta, que eran quienes corrían con todos los gastos, juergas y extravagancias de la gran diva de la ópera de Portugal.
(Canto como los ángeles)
Pero donde Luisa alcanzó su mayor gloria y fortuna fue en San Petersburgo durante el reinado de Catalina II. Allí la emperatriz más grande de Rusia, flipada por aquella voz que le hacía llorar, le puso un palacio, criados, carruajes y un sueldo estratosférico, en el que estaban incluidas joyas valiosísimas que, creía Luisa, le servirían para permitirse una jubilación decente en su regreso a Portugal. Pobre ilusa. Porque nuestra querida Luisa no tenía previsto que Napoleón, un señor bajito con ínfulas, invadiría Portugal y le chafaría el plan.
(Y encima, guapetona)
Fue así como una mañana fría de 1809 Luisa Todi, junto a miles de familias aterrorizadas, intentó huir de las despiadadas tropas francesas que amenazaban la ciudad de Oporto, cruzando los destartalados puentes de madera, que sucumbieron ante el peso, el terror y el pánico de millares de inocentes. La mayoría de estos pobres desgraciados desapareció entre las aguas oscuras del río Duero, así como las pulseras, pendientes y diamantes de la que fuera la artista más cotizada del Antiguo Régimen, que murió arruinada, ciega y abandonada por los mismos que tanto la aplaudieron. Sin embargo, su memoria y su impacto social fue tan bestia que aún hoy su nombre ocupa hoy calles, anfiteatros y escuelas. Es lo que tiene ser una verdadera estrella.
Cuando una mujer nace libre no hay dictadura, cárcel, imposiciones sociales o matrimonios que la puedan atar. Cuando una mujer nace libre, como Natalia Correia, el mundo solo puede admirar su vuelo. Esta genial poeta, novelista, dramaturga, editora y periodista nacida en las Azores en 1923, fue la amiga, amante y musa más flipante de la Lisboa de los años 60, 70 y 80 y el referente feminista para las mujeres de mi generación.
(Natalia ante el espejo)
Mujer hermosa, seductora, antifascista, intelectual subversiva y excesiva, Natalia Correia fue la persona más censurada por la dictadura de Salazar. Fue arrestada por la publicación de su “Antología de Poesía Portuguesa Erótica y Satírica”, financió la resistencia, durmió con quien quiso, amó lo que pudo y fue la dueña del bar más interesante de Lisboa, donde imperaba la libertad, la poesía, la música y su voz portentosa que retumbaba en las paredes acolchadas del garito.
Natalia Correia llegó a los años 80 con un programa de televisión feminista llamado “Matria” y un puesto de diputada en el Parlamento portugués, con los que consiguió entrar en la casa de millones de portugueses que se sintieron fascinados y cabreados a partes iguales por esta señora que reía, pensaba, escribía y amaba como si el mundo se fuera a acabar mañana. Quizás sea eso la libertad.
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