Cuando los movimientos fascistas empezaron a aterrorizar Europa a finales de los años 30,
Maria Helena Vieira da Silva ya había expuesto individualmente, vendido cuadros al
MOMA y al
Guggenheim e ilustrado varios libros.
Nacida en Lisboa en 1908 en una familia burguesa e intelectual, la artista portuguesa
más cotizada y figura fundamental de la pintura de la posguerra europea, se mudó a los 19 años a París donde conoció a su
gran amor, el pintor húngaro judío
Árpárd Szenes, compañero y confidente durante 55 años.
Con la ocupación nazi el matrimonio fue declarado
apátrida, y la respuesta del régimen dictatorial de
Salazar a su pedido de socorro fue negarles la nacionalidad portuguesa. Ante esta postura cobarde del Estado Novo en
relación a los judíos y el terror a ser perseguidos por los nazis, la pareja se vio obligada a exiliarse 7 años en Brasil. Allí Vieira da Silva pintó algunas de sus
obras más relevantes y expuso con enorme éxito, pero también se sintió sola, inadaptada y
horrorizada por las consecuencias de la guerra en Europa.
Solamente en los años 70, en el cénit de la dictadura, Portugal se reconcilió con la obra de Vieira da Silva, dedicándole grandes
exposiciones,
galardones y puestos honoríficos. Eso sí, para celebrar la llegada de la Democracia, pintó uno de los carteles más bonitos que existen en honor al
25 de Abril,
A Poesia está na rua, que ha decorado la habitación de todo adolescente sensible al arte e ideas revolucionarias.

A Poesia está na rua (Maria Helena Vieira da Silva)
Maria Helena Vieira da Silva falleció en 1992 en Francia, donde vivió el resto de su vida y fue tratada como una súper estrella y heroína nacional. Pero antes ordenó que su legado volviera a Lisboa, a la
Fundación Árpád Szenes-Vieira da Silva, museo que deberías visitar si quieres conocer la grandeza de una artista que fue protagonista, testigo y víctima de la generosidad pero también de la intolerancia del siglo XX.