Una Península sin fronteras

¿Te imaginas si Portugal y España fueran un único país? La Unión Ibérica sería la dueña del Atlántico, potencia invencible del aceite de oliva, ganadora total de Eurovisión y la campeona de fútbol de todas las ligas de la Galaxia. ¿Cómo es posible que nunca se nos haya ocurrido una idea tan brillante?
 
Se nos ocurrió, pero salió mal. El Iberismo, que es el movimiento que aboga por la unión entre Portugal y España, nació en el tormentoso siglo XIX y, aunque contara entre sus defensores con Unamuno o Almeida Garret, jamás tuvo una oportunidad real de triunfar. Mientras en Alemania e Italia vencieron las ideas unificadoras, por aquí las trifulcas entre monárquicos, republicanos, federalistas y nacionalistas periféricos sabotearon cualquier posibilidad de transformar la Península Ibérica en una especie de Benelux con buen tiempo y comida decente. Pero quizás ya era demasiado tarde.

 
(La orgullosa bandera iberista de Sinibaldo de Mas)

Portugal nació cuando en 1143 el joven y hábil conde Afonso Henriques le dijo a su primo Alfonso VII, rey de León y Castilla, que se iba a montar un reino por su cuenta, allí entre Galicia y Coimbra. Comenzaba así nuestra Historia ibérica común y una sucesión de guerras, conquistas y tratados que han conformado la entidad de Portugal y que convirtieron, por desgracia, a España en su enemigo favorito. Los 60 años de dominación de la corona española, las políticas ultramarinas de ambos países y las dictaduras provincianas de Salazar y Franco, acabaron de rematar este sentimiento tan poco dado a uniones hispánicas.
 
Las relaciones entre las naciones vecinas no se construyen con base a movimientos teóricos. Portugal y España son el resultado de siglos de políticas a veces antagónicas, pero también el fruto de grandes historias de amor medievales, relaciones entre comarcas con intereses económicos comunes y de familias donde se hablan los dos idiomas sin que nadie se sienta extranjero. Ese sí es el verdadero Iberismo, el de las personas.
 
Pasión Ibérica Deluxe

Muchos siglos antes que las famosas españolas presumieran de novios portugueses en las portadas del ¡Hola!, ya las casas reales ibéricas garantizaban su continuidad casando a infantas en edad fértil con príncipes imberbes. Entre los siglos XII y XX un total de 16 princesas españolas cruzaron la frontera para asegurar linajes, alianzas económicas y estrategias militares. 
 
Algunas son recordadas con especial antipatía, como Carlota Joaquina de Borbón, que conspiró contra su esposo, el rey João VI, y le fue infiel todo cuanto pudo. Más misericordiosa y pía fue la aragonesa reina Santa Isabel, casada con el fascinante rey Dinis, y protagonista del milagro del pan y las rosas, cuya leyenda ha dado lugar a una de las expresiones favoritas de los portugueses: “são rosas, senhor, são rosas”. E incluso tuvimos nuestra Wallis Simpson ibérica, la navarra Mencía Lopez del Haro, por quien el rey Sancho II renunció al trono provocando la primera crisis institucional de la joven nación portuguesa. 

 
(Para Pedro e Inés, amar es para siempre)

Pero sin duda la historia de amor ibérica más famosa es la del príncipe portugués D. Pedro y la gallega Inés de Castro. Lo que debería haber sido un festival de amor y lujo medieval, se convirtió en la Matanza Lusitana cuando la bella Inés fue asesinada brutalmente por órdenes de su suegro, el rey Alfonso IV. Desolado, D. Pedro jamás se volvió a casar. Cuando por fin le coronaron rey de Portugal buscó a los que asesinaron a su amada y les arrancó el corazón mientras aún vivían. Desenterró a Inés, la sentó en el trono real, la declaró reina legítima de Portugal y obligó a toda la corte a besarle la mano putrefacta (o lo que quedaba ella). Y para rematar esta alegoría de pasión gore, mandó construir en el Monasterio de Alcobaça uno de los más bellos féretros de la Edad Media europea. Será romántico, pero a mí me da un poquito de grima.
Las palabras de la Raya
 
El cierre de las fronteras entre Portugal y España durante la pandemia fue considerada una anomalía para los millares de personas que todos los días la cruzan para ir a trabajar o echar gasolina al coche. En las aldeas de Ourense, Zamora o Huelva muchos huertos y rebaños quedaron desatendidos, porque alguien no entendió que una frontera es un dibujo imaginario que ni los animales ni los campos respetan. 
 
Dicen los libros de Historia que la frontera de Portugal y España es la más antigua de Europa. Estos 1214 kilómetros de frontera administrativa que pintan el mapa, lejos de separarnos, han sido los responsables por el nacimiento de una identidad sentimental única en Europa, la Raya. Del Miño al Guadiana, miles de pueblos fronterizos han tejido lazos basados en el comercio, el contrabando y la ayuda mutua. 

 
(Aprender mirandés puede ser divertido)

De esta unión fronteriza centenaria han surgido recetas, repúblicas independientes y dialectos que han resistido valientemente a pesar de la despoblación y la desidia de los gobiernos centrales. El mejor ejemplo de la lucha por la supervivencia de los idiomas rayanos es el Mirandés, que durante siglos se habló en las aldeas de Trás-os-Montes y que fue reconocido como idioma oficial de Portugal en 1999. La Fala de la sierra de Gata, el barranqueño o el oliventino subsisten gracias al esfuerzo de abuelos, comerciantes y maestros que se niegan a olvidar la fuerza del idioma de una Raya que tanto nos une y que es la base de la Iberia que deberíamos proteger.
Un libro de viajes de despedida
 

Del más iberista de los escritores, José Saramago, hoy te recomiendo Viaje a Portugal, un libro de crónicas que te ayudará a conocer un poco más mi país.


Y porque esta es una Carta Portuguesa sobre las cosas que nos unen, me gustaría que escucharas esta versión del Abril 74 de LLuis Llach, cantada por la divina Silvia Pérez Cruz, que me pone los pelos de punta.

Y si ya estás pensado en los regalos de Navidad, en la web de la Vida Portuguesa encontrarás ideas preciosas (y muy portuguesas) para todos los bolsillos.

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