Los sabores de la Patria Sentimental
Escribió Fernando Pessoa en su “
Livro do Desassossego” que su patria era el idioma portugués. Yo prefiero creer que mi país es la cocina de mi madre, una
alentejana estupenda heredera de un linaje de mujeres con un don extraordinario para cocinar. Su
repertorio desbordante de caldos, guisos y migas, arroces, asados y guisados es tan fabuloso que crecí creyendo que todas las madres del mundo poseían el superpoder de tener siempre los fogones ocupados y el frigorífico lleno de sobras suculentas.
En la mesa de mi madre jamás ha faltado un plato de sopa bien caliente, fuera ella de
gallina,
pescado o
legumbres, siempre acompañadas por nuestro soberbio
pão de trigo, el elemento indispensable sobre el que se basa la
milenaria gastronomía
alentejana. Solo con un manojo de
cilantros, un diente de ajo, aceite, trozos de pan duro y agua hirviendo mi madre hace magia, o lo que es lo mismo, una
açorda que tanto sana corazones rotos como nos resucita de la peor de las resacas.
Incluso las vísceras, como la
lengua o los
sesos, tan difíciles de entender para quien no cree que la felicidad se encuentra rebañando el fondo de un plato, se han celebrado como el más refinado de los manjares en mi casa, donde cada comida ha sido un motivo de regocijo, sorpresa y agradecimiento. Incluso ahora, con 46 años, cuando vuelvo a esa cocina llena de especias, ramas de laurel y chorizos colgados de la pared
, tengo la certeza que el mundo recobra la cordura. Será eso el amor verdadero, reconocer nuestra patria sentimental en el olor de un rehogado.