La
Consoada es la gran fiesta navideña portuguesa, la noche en que las madres rescatan el mantel de lino bordado a mano y la
vajilla de porcelana heredada de la abuela, mientras en la cocina las ollas trabajan al máximo rendimiento y sobre la mesa aguarda un festival de
dulces típicos que sobrará hasta la Semana Santa.
Pero el Rey de la Navidad portuguesa es el
bacalhau, del que se consumen entre
cuatro y cinco mil toneladas en estas fechas. Millones de portugueses cenan en Nochebuena
bacalhau cocido con patatas,
pencas y huevos, una tradición del
Minho que fue extendida a todo el país durante los años de la
dictadura y que se ha transformado en un símbolo nacional. Pero la historia gastronómica tiene sus propios relatos.
Para mi abuelo Manuel, un rayano transmontano de ojos color violeta, el
pulpo que cenaba en Navidad era la única manera de estar cerca de su madre y hermanos, que emigraron a Brasil en los años 20 dejándolo solo en Portugal. Y en mi
familia alentejana no hay Navidad sin las
sopas de cazón, un plato de origen sefardí y que fue un lujo en los años de mayor pobreza.
De eso quizás se trate la tradición, de conservar el mejor sabor de nuestra infancia. Y este año la Navidad será excepcional y, para muchos de nosotros, lejana. Cocinemos las recetas que nos unen a las memorias de nuestras familias, brindemos por
facetime y cuidémonos. Al fin y al cabo, como escribió el gran poeta
Ary dos Santos, la Navidad es cuando el hombre (y la mujer) quieren.