Mar Portugués 

El mar de las mujeres  

Érase una vez, en el Portugal de principios del siglo XV, un Infante llamado Henrique que a base de curiosidad, ambición y una inmensa fortuna, impulsó la más increíble aventura del Renacimiento, los Descubrimientos Portugueses. Una epopeya alucinante y que gracias a grandiosos monumentos y a la historiografía oficial sabemos que fue protagonizada por marineros, astrónomos, reyes, misioneros, trovadores, mercaderes y un montón de señores intrépidos. Durante siglos, a nadie se le ocurrió contar las historias de las mujeres en la mayor proeza realizada por el pueblo portugués. 

Y eso que desde que Vasco da Gama descubrió el camino marítimo hacia la India en 1498, las mujeres vieron en aquel tedioso y terrible viaje no solo la salvación a una vida de penurias y violencia, pero también una oportunidad para enriquecerse y vivir grandiosas aventuras en tierras llenas de formidables riquezas. Y aunque estaban prohibidas de embarcarse sin la expresa autorización real, miles de huérfanas, monjas, desterradas y empresarias arriesgaron mucho más que su reputación viajando al lado de maleantes, convictos y misioneros quisquillosos. Algunas de aquellas valientes lo hicieron disfrazadas de hombres, como Antonia Rodrigues, conocida como la Amazona Portuguesa, que tras años batallando fieramente acabó viviendo en la corte madrileña de Felipe III. Otras, como Isabel Pereira, en vez irse a la India para dar hijos al Imperio, aprovecharon la travesía para iniciar prósperos negocios de importación de especias y regresar a Lisboa montadas en la pimienta, el dólar del siglo XVI.

 
(Beatriz, haciendo cuenta a sus dineros)

Pero el éxito de la expansión marítima portuguesa no se consiguió solo mandando barcos por esos mares nunca antes navegados. Hubo que poblar los territorios, cobrar impuestos e introducir cultivos en islas remotas y desiertas. Y de eso se encargaron también las mujeres. Si gracias a la ínclita princesa Isabel de Portugal las islas Azores fueron colonizadas por inmigrantes holandeses, la Infanta Beatriz, Duquesa de Viseu por matrimonio y multimillonaria de nacimiento, fue la responsable por la próspera administración de las islas atlánticas, el desarrollo de nuevas rutas comerciales hacia la lejana Terra Nova e incluso por la firma del Tratado de Alcáçovas que, entre otras cosas, concedía la exploración de toda la costa africana para Portugal. Y hay quien aún sigue refiriéndose a Beatriz como la madre del rey Manuel I.

De piratas y fortificaciones
 
Mirando al inmenso Atlántico desde el Cabo Carvoeiro, en Peniche, cuesta imaginar que los 832 kilómetros de nuestra costa fueran durante casi mil años el escenario habitual de batallas, pillajes y dramáticos naufragios. Hasta bien entrado el siglo XVIII piratas berberiscos, turcos y vikingos y corsarios ingleses y franceses aterrorizaron las poblaciones costeras, raptando mujeres fértiles y hombres fornidos para venderlos como esclavos, saqueando aldeas y cosechas y, tras los Descubrimientos, atracando las preciadas cargas de especias, diamantes y oro que los cargados galeones traían de la India, África y Brasil. 

A medida que se incrementaron los ataques a nuestra costa, el litoral portugués se fue llenando de centenas de fortificaciones que hoy han quedado como un recuerdo obsoleto de un mundo en el que la paz jamás era definitiva. Algunos han acabado como mansiones magníficas sobre el mar, otros han desaparecido víctimas de terremotos, incendios y la desidia, pero muchos sobreviven robustos e invencibles, como el imponente Fuerte de São Julião da Barra que en la desembocadura del Tajo asistió a la invasión de Lisboa por las tropas españolas.


(Influencer del Caribe)

Pero sería bastante ingenuo creer que los portugueses, los dueños de los océanos en la Edad Moderna, fueron unas víctimas desgraciadas de la piratería extranjera. Para piratas, nosotros. No solo nuestra Monarquía financió corsarios que campaban a sus anchas por el Mediterraneo saqueando a musulmanes, españoles y a genoveses, como entre los grandes nombres de la piratería siempre ha habido portugueses. Y aunque mi favorito es Sebastião Gonçalves Tibau, un aventurero que lideró una república de 3.000 piratas en el mar de Bengala, nadie supera al mejor bucanero del Caribe, Bartolomeu Portugués, que entró en la Historia como el autor del primer “Código de Piratería”. Porque ser fascinante no es impedimento para ser un ladrón. Hasta para eso molamos los portugueses.
Demasiada épica 

Los más de diez mil barcos hundidos a lo largo de nuestra costa no dejan de recordarnos que el mar portugués es un ser implacable, capaz de devolver en su resaca violenta los cuerpos de pescadores y traineras destrozadas. Nuestro imaginario popular está repleto de leyendas de mujeres sentadas en la arena esperando a sus hombres y fados sobre marineros que se despiden de sus amadas compungidas entre la niebla. Puede que tuviera razón Fernando Pessoa cuando escribió “Oh mar salado, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal!. Aunque lo más seguro es que nos sobre la épica. 

 
(Guapa por fuera, triste por dentro)

Porque nuestro mar también es generoso y nos ha regalado recetas globales, riquezas incalculables y el Arte Manuelino, un estilo artístico que resume todo el esplendor y opulencia de los siglos de la Época de los Descubrimientos. Las ventanas, pórticos y dinteles se cubrieron de motivos marinos, como conchas, cuerdas, corales y sirenas, y junto a la esfera armilar o la Cruz de Cristo le otorgaron un carácter único y casi mesiánico a monumentos tan excepcionales como los Jerónimos o la Torre de Belém en Lisboa, el Convento de Cristo en Tomar o en las asombrosas Capillas Imperfectas del Monasterio de Batalha, que tanto le gustaban a mi querido abuelo Manuel. 
 
Este hermoso y valiosísimo legado ha quedado por fin protegido de especulaciones y vandalismos gracias a la labor de la UNESCO, que ha salvado ciudades enteras en Portugal, Marruecos, Cabo Verde, Mozambique y en la fascinante Goa en la India. Pero no hace falta irnos tan lejos. Mi hermana Margarida se casó en una de las más bonitas joyas del arte manuelino, la Iglesia de Santa María Magdalena en Olivenza, cerca de Badajoz. Pero bueno, ya sabemos que Olivença é nossa.

Unos libros (sobre mujeres) de despedida

Si quieres conocer un poco más sobre el papel de las mujeres durante los años de expansión marítima portuguesa te recomiendo A Mulher dos Descobrimentos de Maria Barreto Dávila e Mulheres Navegantes escrito por Fina d'Armada. 

Y no se me ocurre mejor modo de despedirme hoy que con la maravillosa A Queda do Império, del gran Vitorino. Espero que te guste.

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Te escribo dentro de quince días.
Obrigada por leres esta carta.

Rita Barata Silvério
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