Sexo, monjas y cintas de vídeo
 
No hay nada más entretenido para un país que un buen escándalo sexual. 
Estrella del pop que acabaron en el hospital debido a desgarradoras prácticas amatorias o 
monjas más entregadas a los deseos reales que a la mística divina, los bajos fondos portugueses son tan importantes para nuestra memoria colectiva como las fechas del descubrimiento de Brasil.
 
Las indiscreciones de la Monarquía siempre han causado cierto rubor y vergüenza ajena. Al pobre 
Afonso VI le arrebataron el trono tras un juicio público donde 14 mujeres testificaron sobre el tamaño (e inutilidad) de los testículos reales. Mientras, al voraz 
João VI se le atribuyeron cuernos, relaciones homosexuales y un asistente con una función, cómo decirlo, demasiado 
manual. Y a la última reina de Portugal, siempre le persiguió el 
rumor de su lesbianismo que, dicen, nunca ocultó. Bien por ella.
 

(João VI, o la belleza está en el interior)
Pero no solo de aristócratas viven los escándalos. Aún hoy causa conmoción el recuerdo de la trama de 
abusos sexuales a niños a finales de los años 90 y que puso en causa el papel protector del Estado con los más necesitados. Mientras, centenares de 
esposas indignadas inundaron los medios de comunicación con cartas exigiendo el cierre de los burdeles de carretera y, de paso, el regreso de sus maridos descarriados a casa. 20 años más tarde, los 
puticlubs siguen con las luces encendidas y de los maridos que se gastaban el sueldo en champán del malo nadie ha vuelto a hablar.
 
Aunque nada superará el llamado el 
Caso Taveira, uno de nuestros escándalos más sonados y que tuvo como protagonista al 
arquitecto favorito de la jet set portuguesa que se grabó manteniendo relaciones sexuales con decenas de mujeres sin su consentimiento. El Primer Ministro defendió su honorabilidad, la 
revista Interviú fue secuestrada por publicar el reportaje con toda clase de fotos, el precio de las cintas de VHS alcanzó su máximo histórico y nacieron 
expresiones populares imposibles de traducir aquí. Mientras aquellas mujeres fueron ridiculizadas durante años, el 
travieso arquitecto que grabó ilegalmente encuentros íntimos, ha seguido 
facturando millones de Euros, incluso del Estado portugués.