Vivam os Santos Populares!

¡Qué bonito y festivo es el mes de junio en mi querido Portugal! De norte a sur del país, los barrios populares se ponen guapos con guirnaldas de colores y en cada plaza hay puestos de comida con brasas humeantes y música de la mañana a la noche, mientras una perenne nube cubre los cielos e impregna las sábanas tendidas en las ventanas con un olor a sardina asada que tardará todo el verano en desaparecer. Así son las fiestas dedicadas a los Santos Populares, un gran arraial de sardinas, orgullo de barrio y primeros besos de verano.

En Lisboa las chicas solteras le rezan a San Antonio para que les consiga un novio y esperan a que les regalen un manjerico con un poema que, como al amor, deberán cuidar por ser frágil, mimoso y sediento. En la noche de San Juan, los habitantes de Oporto se dan golpecitos en la cabeza con martillitos de plástico y en la ribera del Duero lanzan al cielo miles de globos de aire caliente a la espera de los espectaculares fuegos artificiales sobre el puente de D. Luis. Y en los pueblos marineros como Póvoa do Varzim los barrios pasean en procesión al más pescador de los santos, San Pedro, y se enfrentan en rusgas musicales que asustan y emocionan en partes iguales.

Porque aunque el covid nos haya suspendido las celebraciones multitudinarias, los Santos nos esperan siempre y al año que viene sacaremos sus tronos a las puertas de las casas, los niños seguirán pidiendo la “moedinha para o Santo Antonio” y junio volverá a ser ese mes festivo y generoso que hace que Portugal sueñe con volver a ser ese gran arraial de sardinhasmarchas y versos de amor guardados en flores de papel.
 
Santo oficiales, oficiosos y un monasterio resistente


La vida de San Antonio de Lisboa poco tiene que ver con las verbenas y los superpoderes casamenteros que le cuelgan. Nacido como Fernando de Bulhões en 1195 en Lisboa, fue un teólogo franciscano, Doctor de la Iglesia, amigo íntimo de San Francisco de Asís y uno de los intelectuales más importantes de la Edad Media. Sin embargo, tras los milagros que le atribuyeron tras su muerte en Padua, se convirtió en el quinto Beatle da la cristiandad, a lo que sin duda contribuyó la red de colonias portuguesas a donde se extendió su devoción. De Salvador de Bahía a Deli hoy son millones los fieles que cada día le invocan para que encuentre las llaves del coche o un marido con posibles bajo la amenaza de sumergirlo boca abajo en agua helada o arrancarle el niño Jesús de sus brazos.

Y a pesar que Antonio es el santo favorito de los lisboetas, el patrón oficial es San Vicente, un señor de Huesca del siglo IV que, por esas cosas de la Reconquista, acabó enterrado en el Algarve hasta que en el siglo XII el primer rey de Portugal lo trasladó por mar a Lisboa y lo declaró padroeiro. Los cuervos que escoltaron ese viaje atlántico son recordados en el escudo de la capital y siguen, después de tantos siglos, protegiendo a los lisboetas en las farolas de la ciudad.

En 1590 Felipe II de España, que acababa de coronarse rey de Portugal, transformó el templo medieval donde descansaban los restos del santo aragonés en la ahora famosísima Iglesia de São Vicente de Fora, uno de los más increíbles ejemplos de la arquitectura manierista en Portugal, cuyas ideas de simplicidad contrarreformista fueron rápidamente abandonadas cuando los Bragança recuperaron el trono de Portugal y, en una demostración del poderío de la monarquía lusitana, decoraron el monasterio con más de 100.000 azulejos. Y si ahora miles de turistas pueden disfrutarlos es porque São Vicente se salvó del terremoto de 1755 por estar “fora” de las antiguas murallas de Alfama, el barrio donde nació, por cierto, nuestro querido San Antonio de Lisboa.
 
 
Sardinas, coles y golondrinas recuperadas

Sardinas asadas en las calles, sardinas que anuncian festivales de música, camisetas con sardinas en las tiendas de recuerdos turísticos, sardinas de chocolate en las pastelarias, el humilde peixinho del Atlántico es la imagen más comercial de Lisboa desde 2003. Su uso se ha popularizado tanto que hasta la icónica fábrica Bordallo Pinheiro ha lanzado una colección dedicada a nuestra democrática sardina. 

Inaugurada por el artista, intelectual y caricaturista Rafael Bordallo Pinheiro en 1884, esta fábrica de cerámica es una de las marcas responsables por la preservación del patrimonio y de la simbología nacional. Platos que imitan repollos, soperas con forma de calabaza y jarras que son tomates nacieron de la imaginación del genial creador de “Zé Povinho”, sátira al hombre común eternamente engañado por las clases dominantes. 

Superviviente a modas, desidias y malos gestores, Bordallo Pinheiro sigue produciendo las preciosas golondrinas soñadas por su fundador como el definitivo símbolo nacional. Por mucho que la dictadura de Salazar tratara de imponer el mito del Gallo de Barcelos, la andorinha perduró en el imaginario popular y ahora, gracias a la labor de A Vida Portuguesa, ha recuperado el estatuto de icono pop. La experiodista Catarina Portas lleva más 15 años buscándole una nueva vida a marcas de toda la vida ligadas íntimamente a nuestra identidad y nuestras costumbres: conservas, bordados, mantas, joyas, juegos tradicionales, zapatillas de deportes, lápices o pasta de dientes son vendidos en sus tiendas, cuya visita es una experiencia deliciosa y una lección sobre la historia del Portugal de las pequeñas cosas
Conservar el paladar
 

Aunque las guías turísticas insistan que los portugueses nos pasamos el día comiendo bacalao, el plato que más nos reconcilia con la vida es el peixe grelhado en las brasas del carbón. Ya sea en las fiestas populares, barrios pesqueroschiringuitos o en los restaurantes de moda en el Algarve, asar el pescado fresco es una ciencia que levanta discusiones más acaloradas que los resultados del Benfica y que requiere total dedicación al proceso, cariño a la materia prima, control del fuego y un grelhador viejo para que no se pegue la piel.

943 kilómetros de costa consiguen que cada portugués se comporte como un “entrenador del pescado” y no hay quien no tenga una opinión sobre su tamaño, precio y punto de la cocción, en especial de la sardina, reina de los arraiais y alrededor de la cual celebramos el verano y el reencuentro con los que amamos. La sardina en Portugal se la quiere gorda y con altas dosis de grasa y Omega 3, y nos la comemos con la mano sobre una rebanada de pan acompañada de patatas cocidas y ensalada de pimientos asados aliñados con ajo, aceite y vinagre. 

Esta pasión por el mar y el dominio centenario de las artes de la pesca, llevó a Portugal a situarse como primer productor mundial de conservas durante la Primera Guerra Mundial. De las 300 fábricas existentes en el posguerra, 20 han llegado a nuestros días y aún sin ser los líderes del pasado, clásicos como Ramirez exportan al año casi 35.000 toneladas de esas latitas maravillosas, algunas de ellas consideradas verdaderas joyas gourmet gracias a la apuesta por la sostenibilidad y un profundo respeto por los procesos tradicionales de conservación.

Pero por muy de moda que estén en el extranjero, las conservas nunca dejarán de ser una de las estrella de nuestra dieta atlántica y menos en verano, cuando el calor aprieta y apetecen ensaladas frescas para acompañar las tardes de playa y piel llena de sal.      

Una canción de despedida
 Um contra o outro 

Hoy me despido de ti con una de las primeras canciones de los Deolinda, un grupo lisboeta que consiguió renovar la música tradicional con ritmos bailables y letras de alto contenido social. ¡A bailar que, como dice el gran Sergio Godinho, hoy es domingo en el mundo!
 
Te escribo dentro de quince días.

Obrigada por leres esta carta,
Rita Barata Silvério.
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