¡Qué bonito y festivo es el mes de junio en mi querido Portugal! De norte a sur del país, los barrios populares se ponen guapos con guirnaldas de colores y en cada plaza hay puestos de comida con brasas humeantes y música de la mañana a la noche, mientras una perenne nube cubre los cielos e impregna las sábanas tendidas en las ventanas con un olor a sardina asada que tardará todo el verano en desaparecer. Así son las
fiestas dedicadas a los Santos Populares, un gran
arraial de sardinas, orgullo de barrio y primeros besos de verano.
En Lisboa las chicas solteras le rezan a San Antonio para que les consiga un novio y esperan a que les regalen un
manjerico con un poema que, como al amor, deberán cuidar por ser frágil, mimoso y sediento. En la
noche de San Juan, los habitantes de Oporto se dan golpecitos en la cabeza con
martillitos de plástico y en la ribera del Duero lanzan al cielo miles de globos de aire caliente a la espera de los espectaculares fuegos artificiales sobre el puente de D. Luis. Y en los pueblos marineros como Póvoa do Varzim los barrios pasean en procesión al más pescador de los santos, San Pedro, y se enfrentan en
rusgas musicales que asustan y emocionan en partes iguales.
Porque aunque el covid nos haya suspendido las celebraciones multitudinarias, los Santos
nos esperan siempre y al año que viene sacaremos sus
tronos a las puertas de las casas, los niños seguirán pidiendo la “moedinha para o Santo Antonio” y junio volverá a ser ese mes festivo y generoso que hace que Portugal sueñe con volver a ser ese gran
arraial de
sardinhas,
marchas y versos de amor guardados en flores de papel.