El Paraíso está en las Azores

En medio del océano Atlántico, a 1500 kilómetros de Lisboa, hay 9 islas verdes, volcánicas y asombrosas, atormentadas desde su nacimiento por terremotos, géiseres y piratas. Son las Azores, un archipiélago que tiene nombre de anticiclón, falla geológica y, por un error que nadie ha querido rectificar, de un ave rapaz que jamás sobrevoló sus costas.
Descubiertas a mediados del siglo XV por los navegantes portugueses bajo las órdenes del más molón, influencer y millonario de los príncipes renacentistas, el Infante Henrique, las Azores fueron colonizadas por portugueses, flamencos y esclavos africanos que transformaron estas islas frondosas en fértiles campos de cultivo.
 

La Isla do Pico

El negro basalto que forra las islas resultó ser el fertilizante perfecto para hacer crecer algo tan improbable en medio del Atlántico como el té y uno de los licores preferidos de los absurdamente ricos palacios europeos del siglo XVIII, el vino de la Isla de Pico. A pesar de la filoxera, la sal marina y la violencia volcánica, las valientes vides han conseguido sobrevivir desde el siglo XV gracias a la inquebrantable protección de 900 hectáreas de muros de lava considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La dureza es solo una palabra para los açorianos, los más resistentes de los pueblos atlánticos.


La hermosa Angra do Heroísmo

Esta contienda centenaria contra la geografía, la conciencia de sentirse la definitiva frontera  oceánica y una cierta “embriaguez del aislamiento” han forjado la personalidad atlántica y combativa de los açorianos. Cuando todo Portugal ya se había rendido a Felipe II, las Azores fueron el último bastión rebelde contra la anexión al reino castellano. Tras años de saqueos, ejecuciones y combates navales, finalmente, en la famosísima Batalla de la Isla Tercera de 1582, los españoles acabaron de rematar a los heroicos açorianos. Seis años más tarde los mismos galeones castellanos serían aniquilados frente a las costas de Inglaterra. Ninguna armada es eternamente invencible.

 
Las islas de las ballenas

Cuando hace 8 millones de años las cordilleras submarinas vomitaron tempestades de fuego, ceniza y lava, crearon un archipiélago de belleza insoportable y uno de los puntos estratégicos más importantes del Hemisferio norte. 
Gracias a esta magnífica posición geográfica, al empuje de los vientos alisios y a las potentes corrientes atlánticas, los puertos açorianos llevan siglos recibiendo galeones cargados de oro, barcos a vapor, portaaviones estadounidenses y veleros deportivos y no ha habido potencia extranjera que no haya querido invadir el archipiélago. Los últimos, que sepamos, fueron Churchill y Roosevelt durante la II Guerra Mundial. Y eso que eran los buenos.

 
Antes

Pero fue con la llegada de los grandes buques balleneros americanos a mediados del siglo XIX que las Azores sufrieron la más importante de sus revoluciones, que modificó su industria, su economía y su cultura. Hartos de los terremotos, volcanes y miseria, centenas de açorianos se embarcaron en aquellos navíos, donde aprendieron modernas técnicas de caza, despiece y aprovechamiento de la ballena, el animal que iluminó Europa durante siglos. 
 

Después 

Al volver a las islas, empezaron su propia baleação. En barcazas movidas a remos, con hombres lanzando arpones a músculo, la caza era épica y manual, con persecuciones que podían durar días y acabar con los botes hundidos y los baleeiros convertidos en mártires. Tras 150 años y miles de animales abatidos, el último cachalote fue cazado en las Azores en 1987. La historia de la industria ballenera es parte de la orgullosa memoria colectiva açoriana y hoy, gracias a la protección del Derecho Internacional, estos magníficos mamíferos nadan en paz en las aguas frías y limpias de las Azores. 

Las islas de los volcanes

La accidentada orografía de las Azores, fruto de millones de años de actividad sísmica, ha dado lugar a uno de los enclaves más exuberantes de Europa. Las espectaculares lagunas nacidas en los cráteres de los volcanes adormecidos en la isla de São Miguel, las fajãs de São Jorge, las huellas que dejó la asesina erupción del volcán de los Capelinhos en la isla de Faial en 1957, las hortensias que brotan en las cascadas dramáticas las Flores, el abandono lunar del Corvo, todo en las Azores es exagerado, hermoso y sorprendente. 


Lagoa do Fogo

La gastronomía de las Azores tampoco es ajena a su violenta naturaleza. Incluso los tradicionales cocidos son cocinados bajo el suelo por los vapores de las calderas volcánicas, dejando un extraño sabor a azufre y entrañas terrestres. 
Quizás debido a esta sensación de fragilidad ante unas fuerzas ancestrales que pueden destruir edificios, bestias y familias enteras, las festividades en las Azores adquieren una trascendencia más allá de lo religioso. Las fiestas dedicadas al Divino Espírito Santo, el culto a los hermosos Imperios, las multitudinarias romerías o las touradas à corda no son más que la celebración de la victoria de la vida ante la arbitrariedad de los elementos. Y en estos tiempos absurdos que nos han tocado vivir puede que no haya nada más necesario que celebrar la vida.

Un podcast de Historia de despedida

Vamos todos morrer es el divertidísimo podcast sobre ilustres fallecidos del genial Hugo Van der Ding, que me hace hace reír todas las mañana en el autobús cuando voy camino al trabajo. 

Love is on my side, un baladón de los Black Mamba, es la canción que Portugal va a llevar al festival Eurovisión. Es funky, es romanticona y a mí me mola. 

Y hoy te dejo con A Garota não y su precioso No dia do teu casamento. Espero que te guste. 

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