No hay nada más democrático que la maldad. Desde
reyes visionarios al más humilde de los
chatarreros, pasando por solteronas infelices, ministros pedófilos y millonarios insaciables, la Historia de Portugal está repleta de seres horrendos, personajes mezquinos e indignos cuyas fechorías dan más miedo que cualquier cuento de fantasmas que mueven armarios y cambian libros de sitio.
Hemos tenido un asesino que mataba siguiendo
instrucciones de la Virgen María, otro que anunciaba el fin del mundo en su
canal de Youtube y hasta un “
Destripador de Lisboa”, cuya identidad, como buen misterio, nunca se ha descubierto. Pero hay una asesina cuya vileza sigue desconcertando a la sociedad portuguesa, incapaz de procesar la maldad sin justificación. Se llamaba
Luisa de Jesus, una chica de poco más de veinte años que en 1772 fue condenada por el asesinato de 33 niños y que es considerada la primera y más sádica
serial killer portuguesa.
(Mala que te matas)
Pero ya sabemos que los crímenes más hediondos trascienden a la sangre. En la hipócrita
dictadura de Salazar, el escándalo que debería haber avergonzado la católica Portugal, acabó con dos prostitutas en la cárcel y el que sería el primer ministro más carismático de nuestra democracia,
Mario Soares, desterrado por defender a las víctimas. Fue el caso
Ballet Rose, que implicó a
aristócratas, ministros, curas y a una decena de pederastas asquerosos en la violación de niñas pobres a las que nadie pidió perdón. La perversión de aquellos actos jamás fue juzgada y permitió la impunidad que años más tarde daría lugar al
escándalo de la Casa Pia. Y esto sí que es maldad, institucional y gratuita.