Vacaciones del 97
En un verano lejano cuando aún no existían los euros y pocos eran los coches con aire acondicionado, un grupo de veinteañeros cogimos la
lista de los campings de la costa alentejana, unos pocos miles de escudos y decidimos celebrar el final de curso viajando desde Lisboa a
Lagos, donde nos esperaría un amigo con la promesa de una casa con ducha y colchones.
Ese viaje conduciendo por
carreteras secundarias por el Alentejo hasta el Algarve hoy sería considerado la peor pesadilla de un millenial. Sin móviles ni internet donde buscar recomendaciones y redes sociales en las que compartir cada desayuno, sin haber reservado nada y con una fe ciega puesta en los mapas de las carreteras, todo lo que podía salir mal, obviamente, salió peor.
Pero siempre recordaré esas vacaciones accidentadas como una de las más bonitas de mi vida: empezamos la aventura cruzando de Setúbal a Troia en
ferry, acompañados en la travesía por los delfines del Sado. En la ahora pijísima
praia do Carvalhal aprendí la receta de la
massinha de peixe, nadamos por la noche en la
praia da Galé con
Marisa Monte de banda sonora y ese año descubrí el paraíso en la tierra, la
Costa Vicentina, a la que nunca dejé de regresar.
Como en el
tango de Piazzola, cada verano
vuelvo al sur, como se vuelve siempre al amor. Y hoy te llevo conmigo en ese viaje.