Oporto, ciudad invencible 


Quem vem e atravessa o rio, junto à serra do Pilar, vê um velho casario, que se estende até ao mar”. Por muchos años que pasen, no puedo evitar cantar este himno del incombustible Rui Veloso cada vez que llego a Oporto, la ciudad que más me desconcierta de Portugal. O Porto es para una alentejana como yo - acostumbrada a planicies, veranos sedientos y casas encaladas - una urbe seria y extraña, toda ella granito, dureza y humedad. Pero a la vez es audaz y enérgicamente fiel a sus principios. 


(La Ribeira vista desde Gaia)

Su deslumbrante Centro Histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, cae abruptamente sobre el río Duero, la vibrante arteria de una ciudad que desde los tiempos del Imperio Romano no ha dejado de prosperar. Oporto es sinónimo de desarrollo y burguesía, sobre todo a partir del siglo XIX durante la tenue Revolución Industrial portuguesa. Ferrocarriles, fábricas, fundiciones y puentes, el Norte de Portugal ha sido el motor del capitalismo lusitano.

Prueba de esta fuerza financiera es el tejido empresarial de la región, compuesto por cadenas de supermercados, constructoras, productoras lácteas, siderúrgicas, cerveceras y entidades financieras, como el Banco Carregosa, cuya Presidenta fue la primera mujer corredora de bolsa del país y que además transformó una pequeña agencia de valores del siglo XIX en unos de los bancos más innovadores y rentables del país. Que alguien le dedique un programa de televisión, un libro y un premio a Maria Cândida Rocha e Silva, por favor. 


(Oporto del siglo XIX)

Pero si admiro Oporto es por su voluntad inquebrantable. En el dramático y violento siglo XIX luchó valientemente contra las invasiones francesas y fue casi aniquilada durante la estúpida Guerra Civil. Ganaron los buenos y en agradecimiento a su fiera defensa de la causa liberal el rey Pedro IV le regaló su corazón y su hija, la reina María II, le concedió el título de Ciudad Invicta, título que con tanto orgullo usan los portuenses, porque así se sienten, invencibles.
 
Oporto Inglés

Mi reina favorita de Portugal es Filipa de Lencastre, una dama inglesa de alta alcurnia que se casó con nuestro listísimo rey João I (sí, el de la Batalla de Aljubarrota). Esta boda celebrada en Oporto en 1367 fue la guinda del Tratado de Windsor, la alianza diplomática más antigua del mundo y que aún hoy sigue en vigor, muy a pesar del Brexit y de los votos de Eurovisión.


(La boda del siglo)

Este pacto entre portugueses e ingleses tuvo especial importancia para Oporto. La exportación de telas, corcho y, como no, de vino a Islas Británicas creó una nueva fuente de riqueza para la ciudad, mientras que en los márgenes del río Duero se empezaban a establecer decenas de familias inglesas. Los Taylor, Graham, Ware, Sandeman o Symington no solo fueron los responsables por la internacionalización del vino de Oporto, también por su producción, mejora y desarrollo, creando uno de los licores más apreciados del mundo.
 

(La Bodega-Museo de Sandeman)

Las huellas que la comunidad inglesa ha dejado en Oporto es innegable. Las Caves del vino de Oporto en la orilla de Gaia son las más obvias, además de ser una visita obligada y desde donde se puede disfrutar de la más espectacular vista de la Ribeira. El Oporto British School, el elitista club Feitoria Inglesa que guarda más de 15 mil botellas de las mejores añadas de los siglos XIX y XX, el Club de Cricket y Tennis en el Campo Alegre o la Inglesa Anglicana de St James recuerdan la influencia de una comunidad que aunque lleve siglos siendo protagonista de la vida social, económica e intelectual de esta ciudad jamás dejará de ser inglesa.

Oporto abundante 
 
Oporto es monumental, señorial y muy exagerado. Su acento inconfundible, la tendencia para el vernáculo de las mujeres del Mercado do Bolhão y su pasión casi alucinada por su equipo de fútbol, convierten la experiencia de la ciudad en algo intenso y abrumador.
 
Su gastronomía tampoco se queda atrás. Las tripas à moda do Porto, a base de callos, legumbres y embutidos, es uno de esos platos ligeritos que se comen en cualquier tasca de barrio. Las bifanas estúpidamente picantes de la Conga, las sandes de presunto de la Badalhoca o las de pernil en Casa Guedes son míticas y tan representativas de Oporto como la Torre dos Clérigos o el Salón Árabe del Palacio de la Bolsa.



(La merienda frugal)
Pero nada hay más hiperbólico, contundente y súper calórico que la francesinha, el sándwich que los niños portuenses se meten para cuerpo una tarde cualquiera después de clase. Un tentempié suavecito que lleva filete de ternera, longaniza, jamón de york, queso y una discreta salsa con un ligero toque de marisco. Las más famosas se comen en la Cufra y en el Capa Negra pero las favoritas aquí en casa son las del Golfinho en Espinho, el pueblo de mi marido. Pero esa es una historia para otra Carta Portuguesa.
Una Fundación de despedida

Uno de mis lugares preferidos en Oporto es la Fundación Serralves, el hermosísimo Museo de Arte Contemporáneo envuelto en un frondoso y cuidado parque de 18 hectáreas del siglo XIX y que resume, para mí, la riqueza, belleza y empuje de la ciudad.
 
Y acabo esta carta como empecé, con Porto Sentido, un himno irresistible y delicado sobre esta ciudad fascinante, grave y seria. Espero que te guste.

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Te escribo dentro de quince días.
Obrigada por leres esta carta.

Rita Barata Silvério
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