Tudo isto é Fado

En este año tan raro Portugal celebra el centenario del nacimiento de la más fabulosa, icónica y planetaria de nuestras artistas, Amália Rodrigues. Libre y sensible, generosa y lúcida y la persona que mejor ha cantado el fado. No hay voz portuguesa más reconocible ni Diva más fascinante que esta mujer de ojos oscuros que cantó lo que quiso y donde le dio la gana, agotando conciertos en medio mundo desde los años 50 hasta que murió en 1999.

Hay conciertos en streaming, un festival de fado en el Teatro Real de Madrid, programas de televisiónbiografías que descubren su lado más político, exposiciones por todo el país y ediciones de discos inéditos, en un año de tributo a esta fadista superlativa que elevó un género popular a música de culto gracias a su amor al fado, humildad para aprender y capacidad para innovar.
El disco conocido como Busto fue una absoluta revolución e inauguró una nueva era en la historia del fado: no solo introdujo el piano y la colaboración de poetas eruditos, como presentó a Amália como la autora de uno de los fados más famosos del mundo, Estranha forma de vida.

Como si no fuera suficiente, en Com que voz se atrevió a cantar a Luiz de Camões causando tal indignación que tuvo que defender su calidad de “fadista auténtica” en un juicio con tribunal popular en la televisión pública. Mucho antes que Rosalía se quejara de la intransigencia de los puristas, ya en los años 60 se criticaba a una mujer por vivir el fado y el arte sin permiso.
Con más de 150 discos publicados y 30 millones vendidos, Portugal tiene aún en la voz de Amália su mejor embajadora, versionada por Caetano Veloso o Silvia Pérez Cruz y objeto de adoración de la imprescindible Joana Vasconcelos.
Esta Carta que hoy te envío es mi pequeñísimo homenaje a Amália y al fado que llevo escuchando desde que soy pequeña gracias a mi madre. Porque "tudo isto existe, tudo isto é fado”.
 
Fado Português
 
El fado, declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, es en demasiadas ocasiones presentado como una música tristísima y sinónimo de la manera de ser de millones de portugueses que a la mínima contrariedad nos dejamos llevar por la saudade y la pesadumbre. Y nada puede ser más reductor para definir el fado y un país.

Hay tantos estilostemasgéneros y maneras de interpretarlos como encendidas las polémicas sobre sus orígenes y su futuro. Se dice que nació en el siglo XVIII en el mar y hay dudas sobre si tiene influencias brasileñas y africanas, pero lo que es seguro es que en el siglo XIX se hizo popular en las calles de Lisboa gracias a su fama de música marginal cantada por criminales, bohemios y prostitutas, como nuestra nuestra versión tuberculosa de la Traviata, la Severa.

También es simplista y pomposa la definición del fado como el “alma lisboeta”, entre otras razones porque se canta en todo Portugal. En Coimbra tienen un fado estudiantil que es un género en sí mismo, en las fincas de la aristocracia del Ribatejo se cantan fados marialvas y toda mi vida he escuchado los cantados à desgarrada con historias sobre cuernos y casas de dudosa reputación en las tascas del Alentejo. 

Es cierto que hay temas en el Fado Menor que contienen altos niveles de pesadumbre necesarios para el derrame honesto de la lágrima lusitana, pero también hay variantes animadas como el corrido y el vadio que los portugueses asociamos a noches de petiscos y vino tinto y alguna que otra confesión de la que arrepentirnos al día siguiente.

Sí, fado significa destino, pero éste no tiene por qué ser siempre trágico. No somos, por mucho que insistan los folletos turísticos, un pueblo melancólico y abocado al drama. Temos dias, vá lá. Somos quizás un poco más serios y menos ruidosos y tenemos saudades, pero eso no es malo. Para eso existe el fado, para matar las saudades de los que amamos o de la ciudad más bonita más mundo - que es Lisboa, no os confundáis.
Fadista Louco
 
¡Cuántos sábados de niña me despertó la voz cristalina de Teresa Tarouca dando vueltas en el tocadiscos de casa! Y yo cantaba eso de “Cai chuva do céu cinzento” sin saber que se trataba de un poema de Fernando Pessoa. Gracias a la sensibilidad de esta fadista aristocrática y elegante aprendí a integrar la poesía mayúscula en mi lenguaje cotidiano, mientras alucinaba con las casetes de Lucília do Carmo y Maria Teresa de Noronha cómo encajaban aquellas quadras y quintilhas en las melodías tradicionales.

Fado, me dijo un día mi madre escuchando al maestro Alfredo Marceneiro, es sólo sentimiento. Y fadista es quien siente, expresa y dice bien el fado, dándole el sentido a las estrofas, letras y palabras dentro de una música en la que lo que menos importa es la potencia de la voz o el instrumento que se toque.
  
¿Y Amália? Amália, como la diosa absoluta que fue, fulminó cualquier teoría sobre cómo cantar el fado. Las tonalidades asombrosas de su voz, la inteligencia para transmitir su mensaje y su presencia superior condenaron a Portugal a esperar para siempre su sucesora y no hay año que una revista, radio o programa de nuevos talentos no presenten entusiasmados a “la nueva Amália”. Lo fueron Dulce PontesGisela João y sobre todo Mariza, quizás la cantante a quien debemos la nueva atención internacional por el fado.

Y en este año de homenaje qué bonito es ver como los nuevos fadistas como CarminhoAna Moura o Ricardo Ribeiro son de nuevo portada de revistas de moda, venden discos como churros y actúan incluso en festivales para millennials. El fado ha vuelto a ser moderno, global y sus ritmos introducidos en canciones de los Cool Hipnoise o del talentoso Antonio Zambujo.

Pero quizás el más relevante de todos ellos sea Camané, artista culto, finísimo y amante del fado hasta la médula. Capaz de hacer un disco con el pianista de jazz Mario Laginha sin dejar de sonar al más tradicional de los fados, sus conciertos son emocionantes y una lección de cómo se debe sentir, decir y cantar un fado. Ah, fadista!
É uma casa portuguesa, com certeza

Cantaba Amália que “numa casa portuguesa ficam bem pão e vinho sobre a mesa. Y ya puestos, también los peixinhos da horta y la morcilla frita con naranja, no nos vayamos a quedar con hambre después de comer las tripas à moda do Porto que nos ha preparado la abuela en la pantagruélica comida de domingo. 

Los petiscos, estos platitos maravillosos que se ponen en el centro de la mesa en nuestras tabernas, son los primos atlánticos de las tapas, y se comen de preferencia al final de la tarde que es cuando mejor entran las ensaladas de oreja de cerdo, el choco frito o los huevos verdes. Petiscar es una costumbre relajada, que une a los amigos y la familia alrededor de una botella de vino y que contradice nuestra fama de gente que sólo cena bacalhau com natas o vitela à minhota.
Según las geografías los petiscos van variando, desde las alentejanas farinheiras y linguiças assadas con ese pão que es la base de la gastronomía más creativa de Portugal, hasta las alheiras de Trás-os-Montes, uno de los embutidos más fascinantes del mundo, al que habría que dedicarle una Carta Portuguesa entera.

Para evitar que se pierda esta tradición de comida lenta y despreocupada en nombre de las modas globales y el turismo de masas, una nueva generación de chefs están inaugurando nuevas tascas y otros conceptos de casa de fados donde poder escucharlos hasta la madrugada y petiscar a deshoras unas croquetas de rabo de buey, siempre con un caldo verde, porque sin eso sí que no hay petisco ni fados que nos valgan.

Una playlist de despedida
 
Hoy te he preparado una lista de Spotify con todos los fados de los que te he hablado en esta carta. Mariza, Carlos do Carmo, Gisela João, Camané, Hermínia Silva, nuevos clásicos como Desfado, algunas versiones más electrónicas y siempre la gran Amália, eterna Amália.
Y si quieres ver cómo es el ambiente de una casa de fados te dejo la mejor parte de Fados, la película de Carlos Saura.
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