¡Cuántos sábados de niña me despertó la voz cristalina de
Teresa Tarouca dando vueltas en el tocadiscos de casa! Y yo cantaba eso de “
Cai chuva do céu cinzento” sin saber que se trataba de un poema de
Fernando Pessoa. Gracias a la sensibilidad de esta fadista aristocrática y elegante aprendí a integrar la
poesía mayúscula en mi lenguaje cotidiano, mientras alucinaba con las casetes de
Lucília do Carmo y
Maria Teresa de Noronha cómo encajaban aquellas
quadras y
quintilhas en las melodías tradicionales.
Fado, me dijo un día mi madre escuchando al maestro
Alfredo Marceneiro, es sólo sentimiento. Y
fadista es quien siente, expresa y dice bien el fado, dándole el sentido a las estrofas, letras y palabras dentro de una música en la que lo que menos importa es la potencia de la voz o el instrumento que se toque.
¿Y Amália? Amália, como la diosa absoluta que fue,
fulminó cualquier teoría sobre cómo cantar el fado. Las tonalidades asombrosas de su voz, la inteligencia para transmitir su mensaje y su presencia superior condenaron a Portugal a esperar para siempre su sucesora y no hay año que una revista, radio o programa de nuevos talentos no presenten entusiasmados a “la nueva Amália”. Lo fueron
Dulce Pontes,
Gisela João y sobre todo
Mariza, quizás la cantante a quien debemos la nueva atención internacional por el fado.
Y en este año de homenaje qué bonito es ver como los nuevos fadistas como
Carminho,
Ana Moura o
Ricardo Ribeiro son de nuevo
portada de revistas de moda, venden discos como churros y actúan incluso en festivales para
millennials. El fado ha vuelto a ser moderno, global y sus ritmos introducidos en canciones de los
Cool Hipnoise o del talentoso
Antonio Zambujo.
Pero quizás el más relevante de todos ellos sea
Camané, artista culto, finísimo y amante del fado hasta la médula. Capaz de hacer
un disco con el pianista de jazz Mario Laginha sin dejar de sonar al más tradicional de los fados,
sus conciertos son emocionantes y una lección de cómo se debe sentir, decir y cantar un
fado. Ah, fadista!