Sanguinarias batallas con miles de muertos y mutilados, peregrinos perdidos por rutas solitarias y peligrosas, concubinas moras, reinos de Taifas desquiciados, invasiones almorávides y reinas cabreadas, el siglo XII empezó en la Península Ibérica como un episodio alucinado de Juegos de Tronos.
Mientras, en el pequeño Condado Portucalense, un ambicioso noble llamado Afonso Henriques se cansó de prestar vasallaje y pagar impuestos a su primo, el poderoso Rey de León. Le declaró la guerra a la aristocracia gallega, se le apareció la mismísima cruz de Cristo en el campo de batalla, contrató a cruzados ingleses y empezó a conquistar todos los territorios musulmanes que se encontraba en su camino. Tal fue el furor del joven Alfonso que en 1179 al Papa Alejandro III no le quedó más remedio que proclamar la independencia de la nueva nación portuguesa.
(Afonso I, el machote)
Nacía así Portugal y la leyenda de nuestro primer rey, una especie de superhéroe medieval de casi dos metros que fundó una nación a base de bravura y que ayudó a crear una identidad nacional ligada a un aguerrido sentimiento de defensa de nuestra independencia. Porque por mucho que ahora nos votéis en Eurovisión, a lo largo de 900 años España ha tenido tiempo de invadirnos, robarnos pueblos e incluso de enviarnos a la peor reina que ha tenido Portugal, la hermana chunga del mastuerzo Fernando VII, que ya os vale.
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Olvidadas las batallas, amenazas veladas y conspiraciones, la relación entre portugueses y españoles en el siglo XX ha sido un generoso camino de vecinos que por fin tienen ganas de conocerse y ser amigos. Felipe y Letizia se pasan el día en Lisboa, los turistas españoles disfrutan paseando por las calles de Coimbra y las editoriales españolas han empezado a publicar autoras portuguesas tan increíbles como Helia Correia o Lidia Jorge.
Hay cerveza portuguesa en los bares de Madrid, pastéis de nata en los hipermercados y en muchos colegios de la frontera el portugués es el idioma obligatorio para los chavales de secundaria. Gracias a la cultura, el turismo y a la gastronomía a la nueva España le mola mucho el Portugal de toda la vida. Y eso está muy bien.
Cuando con 10 años me vine a vivir a España, una maestra con muy poco tacto suspendió mi primer exámen porque escribí que Fernão de Magalhães fue la primera persona que dio dado la Vuelta al Mundo. Hoy, desaparecidas las fronteras, la peseta y las rencillas de un mundo a blanco y negro, solo espero que en las escuelas se enseñe que Juan Sebastián Elcano solo consiguió volver gracias a la cooperación y solidaridad entre los marinos portugueses y españoles que participaron en aquella magnífica aventura hace 500 años. No se me ocurre mejor lección que darle a mis hijos, niños portugueses nacidos en Madrid y para quienes la Península Ibérica es un único país.
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