Santos Portugueses 

Santos por la Historia

Las Cartas Portuguesas llevan más de un año contándote historias de Portugal a través de tradiciones navideñas, leyendas sobre amores imposibles, batallas memorables y escándalos sexuales que nos siguen ruborizando. Pero mi hijo Francisco me ha recordado que aún no he escrito sobre nuestra relación con lo divino, nosotros que hemos sido los responsables de evangelizar medio mundo y que podemos presumir de iglesias forradas a oro y de santos, como Nuno Álvares Pereira, que no necesitaron obrar ningún milagro para vencer a los maléficos ejércitos castellanos.
 
La Historia de Portugal está pegadita a la vida de nuestros 81 Santos y 61 Beatos oficiales. Tras el nacimiento de la nación portuguesa en el siglo XI, para ser canonizado bastaba haber apoyado las ambiciones nacionalistas de nuestros primeros reyes. Las princesas Mafalda, Teresa y Sancha de Portugal se convirtieron en santas tras hincharse a fundar conventos, financiar albergues para los pobres y adecentar los caminos, puentes y albercas del nuevo reino portugués.

 
(Lucía, Francisco y Jacinta hartos que les canten siempre lo mismo)

Si en la Era de los Descubrimientos la santidad era medida en kilómetros y en los mártires que se dejaban los huesos en lugares tan improbables como India o Sri Lanka, en el atribulado siglo XIX el premio a la virtud se los llevaron aquellos que socorrieron a los miles de pobres que quedaron desatendidos tras la extinción de las órdenes religiosas. Y en la dictadura de Salazar, como no, la palma se la llevaron unos pastorcillos de Cova de Iria a los que la Virgen se les apareció para avisarles del inminente peligro soviético. Quizás ser santo también depende de la época en la que a cada uno le ha tocado vivir.

Santuarios Superstars 
 
Por mucho que los últimos censos digan que los matrimonios religiosos en Portugal han caído en picado y que los domingos las iglesias ya no se llenan como antes, más del 80% de los portugueses siguen declarándose católicos y dueños de una fe inquebrantable en un Dios que nos quiere más que a nadie. Quizás por todo ello continúa en Portugal casi intacto el culto a los santos y vírgenes locales, en cuyo honor se han levantado por todo el país majestuosos santuarios y basílicas donde todos los años se organizan peregrinaciones populares que ponen los pelos de punta.
 

(Highway to Braga)

Es el norte de Portugal donde se concentran la mayoría de los santuarios que congregan las romerías más multitudinarias, como la de los Remedios, en la preciosa región del Duero Vinatero o la del la Virgen de la Peneda, con su iglesia barroca incrustada en la granítica montaña del Parque Natural de Gerês. El santuario neoclásico del Bom Jesus de Braga, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es de una belleza apabullante, tanto para el piadoso peregrino o como para el turista sin más espiritualidad que el amor a lo hermoso. 


(Fátima by night)

Pero nada se puede comparar a Fátima. Seis millones de almas peregrinan al año hacia este Santuario levantado en un páramo donde, dicen las crónicas de la época, 35.000 personas asistieron al supuestamente inexplicable “milagro del sol” que dio origen a una de las devociones marianas más importantes y rentables de la cristiandad. Aunque uno no crea, la fuerza de este lugar es incuestionable, con sus sobrecogedoras procesiones nocturnas con miles de velas iluminando la Basílica que no dejan de encogernos, un poquito, el corazón.
Jesuitas Go Gome 

Las relaciones del Estado portugués con la Iglesia Católica han sido una sucesión de alianzas por la supervivencia, equilibrios geopolíticos y puñaladas traperas que no han molado nada. Afonso Henriques, nuestro primer rey, no tuvo ningún problema en aliarse con el Papa Alejandro III para conseguir la independencia y si Portugal fue repoblado durante la Edad Media fue gracias a las órdenes religiosas que tanto te ponían un monasterio como se encargaban de conservar nuestra memoria en las magníficas bibliotecas cistercienses.
 
Tampoco le vino mal a la Monarquía lusitana subcontratar a la recién estrenada Compañía de Jesús para cerrar los acuerdos comerciales en el Lejano Oriente, y de paso, comerse algún que otro marrón en Japón. El Vaticano, mientras tanto, seguía aumentando suscriptores gracias a las políticas colonialistas y esclavistas del Imperio Portugués en Brasil.


(El Marqués enseñando la puerta de salida)

Pero Lisboa sucumbió ante el Gran Terremoto de 1755. Y el Marqués de Pombal, harto que los jesuitas controlaran las Misiones en América, las universidades en Portugal y los confesionarios en la Corte, decretó su expulsión. La educación entró en colapso y toda la fuerza intelectual y filosófica huyó del país, demorando siglos en restablecerse. Lo mismo sucedió en el siglo XIX, cuando a la Monarquía Liberal no se le ocurrió otra cosa que extinguir todas las órdenes religiosas y clausular conventos, hospicios, albergues dejando obras de arte de valor incalculable al abandono y miles de huérfanos y enfermos totalmente desamparados. Cuando el bienestar de la nación no mueve las decisiones políticas, el desastre está asegurado. Sea en el siglo que sea.

Una playlist (clásica) de despedida  

Y hoy te he preparado una playlist de música clásica portuguesa, que tanto me ha emocionado últimamente.
Se me ha ido la mano un poquito hacia el Barroco, pero seguro que a mi Tia Dinha, a quien debo mi amor por la música clásica, le encantaría. Hay días que las saudades aprietan un poquito más que otros.
Te dejo con La Giuditta: "Giusto Dio" de Francisco António de Almeida, cantado por el contratenor Jakub Joseph Orlinski seguramente lo más bonito que vas a escuchar hoy.

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Te escribo dentro de quince días.
Obrigada por leres esta carta.

Rita Barata Silvério
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