Vámonos al Douro 

El río milenario y violento

Cuando el río Douro cruza, adormecido, la ciudad de Oporto, ya viene agotado tras cabalgar el norte de la Península durante 897 kilómetros, regando como una arteria fértil y generosa los campos castellanos y las duras tierras del nordeste portugués. Todo un viaje lleno de sobresaltos y accidentes, que hacen del Douro un ser vivo musculoso, rico y que lleva milenios siendo protagonista de nuestra Historia ibérica compartida. 
 

(Lo sé, mola todo)

En sus márgenes, dicen las crónicas, murieron allá en el II antes de Cristo más 60.000 guerreros galaicos luchando contra las implacables legiones romanas y veinte siglos más tarde, en 1809, 4.000 inocentes fueron tragados por sus aguas cuando huían de las tropas francesas durante las invasiones napoleónicas. Viendo los cruceros turísticos que plácidamente lo surcan ahora, cuesta creer que nuestro Douro portugués haya sido hasta hace bien poco un río indómito y asesino, que solo fue dominado a partir del siglo XVIII a base de toneladas de dinamita, embalses y muchas horas de ingeniería.


(La frontera agreste)

Es en el Parque Natural del Douro Internacional, que con sus 120 kilómetros conforma la frontera natural entre nuestros dos países, que el río se presenta ante nosotros en su mayor brutalidad, sinuoso, hundido entre paredes infinitas y rodeado por cascadas alucinantes, buitres, cigüeñas y delicadas figuras del arte rupestre cuya conservación no deja de emocionarme.


(El Côa y lo que somos)

Muy cerquita, en el valle del afluente río Côa, miles de gravuras paleolíticas protegidas por la UNESCO recuerdan que no somos tan diferentes de aquellos hombres y mujeres que hace 25.000 años dejaron cinceladas en la piedra la memoria de sus días. Al fin y al cabo los seres humanos, hoy y en la Prehistoria, solo queremos ser recordados. Por eso seguimos contando historias. 

Las tierras prósperas del vinho do Porto        

En los 213 kilómetros de nuestro Douro portugués cabe la región vinícola más antigua del mundo, pero también la historia de un paisaje que lleva siglos luchando por su subsistencia, sobreviviendo a plagas, la especulación bursátil y crisis económicas mundiales. Cuando en 2001 la Unesco reconoció el Alto Douro Vinhateiro como Patrimonio de la Humanidad, premió no sólo la belleza apabullante de las terrazas de pizarra en las que crecen las vides pero, sobre todo, el esfuerzo titánico de miles de familias que transformaron aquellas tierras yermas en una fuente de riqueza y prosperidad. 
 

(Patrimonio de la Humanidad y lo que le echen)

Pero el Douro es también el vinho do Porto, en cuyo místico relato se mezclan tratados comerciales con Inglaterra, unos barcos rabelos que galopaban hasta hace bien poco las corrientes del río para transportar las valiosísimas pipas hasta las bodegas en Gaia, la labor proteccionista del Marquês de Pombal (sí, el del terremoto de Lisboa) y, como no, la “Ferreirinha”, una señora estupendisima de la que ya te hablé y que fue la Angela Channing del siglo XIX.


(Guapo y con pasta, partidazo)

En aquel Oporto decimonónico, lleno de especuladores, comerciantes y nuevos ricos, el Barón de Forrester encarnó como nadie la figura del vividor romántico que no pasó un único día de su vida aburrido. Este millonario escocés dedicó la fortuna familiar a amar, pintar y disfrutar del río Douro, de sus vinos, cañones y recovecos. Murió, como no podía ser de otra manera, ahogado en las aguas turbulentas de su querido río, tras un naufragio en el que solo sobrevivió la “Ferreirinha” gracias a las faldas, volantes y enaguas de su vestido que sirvieron de extravagante flotador.
Si del pobre Barón nunca más se supo, a Antonia Ferreira le sobró vida para cabrear a políticos, posicionarse como la mayor exportadora de vino de Portugal, seguir forrándose y crear el mejor vino de Portugal, el Quinta do Vale Meão. Pero esto creo que ya te lo había contado.

Señoras que comen 

 
Hace doce años, embarazada de mi hijo Francisco, viví una de las vacaciones más bucólicas, anacrónicas y pijas que una joven de treinta y pocos años podría disfrutar. En un hotelazo de cinco estrellas en la tranquila aldea de Pinhão, me pasé una semana, cual protagonista de una novela de E. M. Forster, paseando entre los viñedos de fabulosas quintas del siglo XIX, navegando por las mansas aguas del Douro y leyendo por la noche novelas de misterio en aquel magnífico hotel con vistas al río. El tiempo pasaba lento, los demás huéspedes eran aristócratas ingleses de 80 años y yo no recuerdo nunca más haber dormido tanto y tan bien.


(Pues se estaba estupendamente)

Como tampoco recuerdo comer tan copiosamente. En tascas, casas de comidas, restaurantes de lujo y baretos en estaciones de tren, aquellos días en el Douro se me antojaron como un generoso festín donde no faltaron carnes de vaca barrosã, deliciosos pescados de río, guisos de caza absolutamente exuberantes y la mejor sopa verduras del mundo mundial, el caldo verde


(Sí, por favor)

Y aunque ya sabes que por mi estómago corren las recetas alentejanas de las mujeres de mi vida, reconozco mi debilidad por el cabrito asado que se prepara en el Norte de Portugal y que es gloria bendita. El que cocina mi suegra Angelina, troceado delicadamente, con sus patatitas asadas y acompañado por ese arroz a a tope de casquería es, tal vez, una de las experiencias gastronómicas más felices de mi vida. Que no todo va a ser el cocido de mi abuela Cristina, digo yo.

Un buen vino (con queso) de despedida


Para conocer el Douro hay cruceros que molan muchísimo, viajes en el tren y excursiones a fincas que son una locura de bonitas. Pero si no puedes viajar, te recomiendo que disfrutes en la sobremesa de una copita de buen vinho do Porto con un poquito de queso de Serra da Estrela. No es lo mismo, pero tampoco es mal plan.

Y hoy no tengo más remedio de despedirme de ti con el grandísimo Rock in Rio Douro de los míticos GNR. Y para bailar, te dejo con esta versión del Efectivamente de los 8/80. 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
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