La Pascua Portuguesa 

Tradiciones antiguas y gentes devotas  

Desde que en el siglo II se publicara el libro de instrucciones de la Semana Santa cristiana, Portugal lleva veinte siglos recordando la Pasión de Cristo, el superhéroe más molón que venció a la muerte y condicionó para siempre nuestros calendarios y las vacaciones escolares. Y pasados tantos años la Páscoa portuguesa ha mantenido unas tradiciones tan fuertes y arraigadas como las navideñas, con las familias deseando regresar a las aldeas para hacerse regalos y reunirse alrededor de opíparos festines, tan reconfortantes para los que vivimos a centenas de kilómetros de nuestros olores y añorados amores.  
 

(Planazo pascual)

En el Norte de Portugal la Páscoa es celebrada con una intensa y feliz mezcla de devoción y folclore que culmina el Domingo de Resurrección con el Compasso Pascal, una preciosa costumbre medieval en la que los párrocos de los pueblos llevan en cortejo la Cruz de casa en casa, siendo recibidos con aleluyas, vinos maduros y los contundentes folares de carne y regueifas tan típicos de Minho y Trás-os-Montes.

 
(Braga on fire)

Pero la Semana Santa más rica, espectacular y fastuosa de Portugal se vive en la monumental ciudad de Braga, la poderosa diócesis cuyos arzobispos llevan dos mil años ejerciendo una influencia que va más allá de lo espiritual. En medio del fabuloso patrimonio religioso de Braga, miles de fieles asisten a elaboradísimas procesiones en las que se suceden el entierro de Cristo, centuriones romanos, penitentes encapuchados y niñas vestidas de angelitos, en unas fiestas donde el fervor religioso convive pacíficamente con la marcha más divertida del norte del país, o no fuera Braga la sede de una de la mejores universidades del mundo. Y encima, pública.

Una Pascua en el campo florido      

“La naturaleza entera floreciendo, en el más prosaico de los versos. Cohetes y bizcochos, el repicar de las campanas y la caricia lasciva y paternal del sol de la primavera. Así describía el gran Miguel Torga el Domingo de Pascua y así me siento cada vez que vuelvo al campo alentejano, florido y fértil de Abril, decorado con las humildes flores amarillas, violetas y blancas que tapizan la dehesa sedienta de lluvias. 
 

(El campo más bonito del mundo)

En mis Semanas Santas alentejanas no hay memorias de fastuosas procesiones de vírgenes dolientes, ni mucho menos de curas entrando en casa de mis abuelos. A pesar de las magníficas catedrales de Évora, Portalegre y Beja, la devoción en esta región es un acto íntimo, familiar y que además de mimetizarse con la conmemoración de la Primavera, adapta rituales paganos y sefardíes.




En Castelo de Vide, la blanca aldea cercana a la frontera extremeña donde miles de judíos consiguieron refugiarse hace 500 años, en el sábado de Aleluya se siguen bendiciendo los corderos con las lecturas del Antiguo Testamento que rememoran la huida de los judíos de Egipto. Y como en el resto de Alentejo, la Resurrección se celebra comiendo cordero en el campo, sea asado en hornos de leña, frito, ensopado con pan y hierbabuena o en forma del alucinante sarapatel, una bomba de vísceras y sangre que me vuelve loca y que gracias a la gran aventura de los Descubrimientos portugueses se ha convertido en un plato típico de las gastronomías africanas, brasileras e indianas. Me vas a perdonar, pero los alentejanos molamos todo.    

La fiesta de los niños 

Por todo Portugal es tradición que los niños feliciten en Semana a Santa a sus madrinas con ramos de flores, mientras que a los ahijados se les regala chocolates, bolos fintos o los folares dulces, unos bizcochos decorados con huevo duro que, cuando se tuestan, hacen las delicias de cualquier estómago a la hora del desayuno. Para los niños la Páscoa portuguesa es como la Navidad, pero sin bacalao cocido con coles y con mejor tiempo. 
 

(Mil calorías)

Lo que más me emocionaba de pequeña cuando visitaba a mis abuelos era la seguridad de saber que allí no faltarían jamás las almendras dulces, cubiertas de un azúcar adictivo, el regalo favorito para cualquier niño sin miedo a las caries. Los dulces típicos de la Semana Santa portuguesa son, además, un festival de huevos, frutos secos, canela, mantequilla y un mogollón de ingredientes que, bien mezclados, proporcionan el mayor de los placeres. Pocas cosas en el mundo se comparan al goce de probar, y repetir, un buen Pão de Ló de Ovar (y si te lo tomas con una copa de Oporto, ya flipas).
 
Pero más allá de una fiesta de reencuentro familiar y de comida alucinante, mi Pascua seguirá siendo, como escribió la poeta Sophia de Mello Breyner Andresen, un tiempo para el “reinicio de la esperanza y la justicia”, una oportunidad para la renovación del alma y para florecer de nuevo, como los campos en primavera.

Un museo (para las vacaciones) de despedida



Si tienes pensado ir a Lisboa en Semana Santa, te recomiendo la visita al Museo Nacional de Arte Antigua, donde puedes ver la obra de Josefa de Óbidos, la super estrella de la pintura barroca portuguesa, que murió rica, soltera y que prohibió que su fortuna la heredara jamás un hombre.

Y me gustaría despedirme de ti con Quinta Feira da Ascensão, una moda alentejana preciosa cantada por Buba Espinho, António Caixeiro y el talentoso António Zambujo

Te deseo una Semana Santa muy feliz.  
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
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