El Reino Maravilloso de Trás-os-Montes

La Esquina de las esquinas de Europa

Existe una región que “está en lo alto de Portugal, como los nidos están en lo alto de los árboles para que la distancia los haga más imposibles y deseables”. Esta tierra es Trás-os- Montes, guardada de la vorágine de los tiempos por almendros y castañares centenarios, olivares adormecidos entre muros de granito y la Reserva de la Biosfera Transfronteriza más grande de Europa.
 

(El Parque del Gerês dándolo todo)

Incrustada entre Zamora, Orense, el río Duero y la fecunda región del Minho, esta esquina de Portugal es la más agreste de las tierras frías del Norte y la más caliente las terribles sierras del interior português, en las que aún pastan en libertad los hermosos garranos, herederos de los caballos primigenios de la Iberia protocelta. Caben en estas dramáticas tierras parques naturales, casas de piedra con olor a lumbre y animal y la memoria de un ferrocarril hoy abandonado pero que en el los albores del siglo XX intentó llevar a esta región el progreso, el hierro y la modernidad cabalgando entre las sinuosas laderas de los ríos donde nace el vino de Oporto.


(Huele a lumbre)

En este Reino Maravilloso, como lo llamó el poeta Miguel Torga, los pueblos cuentan historias de un Portugal desertificado que se resiste a abandonar su modo de vida colaborativo. Es el caso de Río de Onor, una diminuta y hermosa aldea rayana en la que el pastoreo, la gestión de los hornos y los molinos y la labor de las tierras, se deciden en comunidad y democráticamente por los vecinos portugueses y españoles que comparten las mismas tierras y aguas, respetando el ritmo de la Naturaleza, de los animales y de los cauces de los ríos. Esto debería ser el futuro de nuestras ciudades, no el pasado de las aldeas.  

Las tierras indomables del Norte 

Para lá do Marão, dicen las voces antiguas, mandam os que lá estão. Y es que la violenta orografía de Trás-os-Montes ha facilitado su aislamiento, pero también la preservación de un folklore riquísimo, la existencia de pueblos promiscuos e independientes de los avatares del resto de los reinos peninsulares e, incluso, la supervivencia de miles de familias hebraicas que se refugiaron del odio y la intolerancia entre la niebla y los silencios de las cordilleras transmontanas durante cinco siglos, convencidos que eran los últimos hebreos a la faz de la tierra. 
 

(Folk and Roll)

Sólo así se entiende que los terroríficos Caretos de Podence sigan persiguiendo durante los Carnavales a las aterrorizadas muchachas de las aldeas del nordeste trasmontano, ataviados con cencerros y máscaras bestiales, en una celebración celta que a punto estuvo de desaparecer por culpa de la censura de la dictadura salazarista y de la emigración desesperada. Los salvó la labor de historiadores y etnógrafos, como la intrépida directora de cine Noemia Delgado, que en los años setenta buscó, filmó y divulgó esta tradición que hoy ya es Patrimonio de la Humanidad.


(La guerra de los señores con faldas)

Lejos de las capitales encerradas en los mapas administrativos y la burocracia ciega, las fronteras se diluyen y el idioma une comunidades en la llamada Raya Seca. Allí subsiste, tozudo, el Mirandés, el dialecto de origen astur-leonés elevado a idioma oficial de Portugal, con el que aún cantan y bailan los Pauliteiros y escriben, aman y negocian más de 10.000 almas. Un poquito de esta fuerza serrana corre por mis venas, y nada me enorgullece más que ser la nieta de un Manuel transmontano, recio, testarudo y amoroso como aquellas tierras indomables del Norte. Espero que, allá en los valles fértiles del Sefarad de sus ancestros, esté también orgulloso de mí.

La historia gastronómica que viaja  

Siempre he creído que la Gastronomía de un pueblo no es más que una consecuencia. Del hambre, de las guerras y plagas que masacraron los cultivos, pero también de la imaginación de las mujeres agarradas durante siglos a la lumbre, de la suerte de haber sido invadidos por nuevas modas e ingredientes y, como no, de la cultura gastronómica de la gente que se sienta a la mesa. 


(Las más guapas)

Y en la gastronomía de Trás-os-Montes, tan dependiente de su clima extremo como de los movimientos migratorios de sus gentes, lo que llega a la mesa es magia, fartura y abundancia genuina. Un ganado vacuno criado en valles de modo ancestral y respetuoso, aceite de oliva que alimenta a cucharadas, embutidos como el presunto de Chaves que apetece darle lametazos, grelos, judías rojas, los cuscos y las alheiras de aves que ayudaron a los judíos a huir de la Inquisición, no sobra nada en la mesa trasmontana.


(Me han dicho que el Tofu está buenísimo)

Y cuando en el desgarrador siglo XIX miles de familias transmontanas escaparon de la hambruna, la desertificación y la filoxera hacia el Dorado brasileiro, llevaron consigo sus cantigas, sus rezos y las recetas de sus madres, porque sabían que jamás volverían a verlas. Lo que no podían imaginar aquellos emigrantes, como lo fueron mis bisabuelos Maria do Espirito Santo y Francisco, es que ayudarían a construir con sus memorias una de las gastronomías más geniales del mundo, la brasileira.  A ver si te crees que la feijoada la inventaron en Rio de Janeiro unos señores en bañador.

Un restaurante de despedida


Si vives en Madrid seguro que te suena el restaurante Trás-os-Montes, un clásico por sus recetas de bacalhau, vinos sabrosos y carnes que se deshacen en la boca.

Pero si lo tuyo es escapar de los ruidos de estas fechas, aprovecha la recién estrenada Ruta de los Molinos, en la rayana Rio de Onor.

Y hoy te he preparado una nueva playlist, dedicada a las músicas de Trás-os-Montes, con versiones de Dulce Pontes, los Gaiteros de Lisboa y la maravillosa Né Ladeiras, con quien te dejo hoy, cantando en mirandés. Espero que te guste tanto como a mi. 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de quince días.

Rita Barata Silvério
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