Belleza Portuguesa

Las Tierras de Miss Portugal  

En mi museo favorito del mundo, el Prado, cuelga uno de los cuadros más bonitos pintados por Zurbarán. Una señora estupenda vestida de sedas voluptuosas y adornada con las joyas que ya te gustaría que te dejara tu abuela en herencia, observa altiva al espectador, segura de su poderío, nobleza y corona. Es el retrato de Santa Isabel, reina del tormentoso Portugal del siglo XIII y super ídola nacional por haber convertido en enero panes destinados a los pobres en frágiles rosas.
 

(Son rosas, señor, son rosas)
 
Nacidas para casarse con herederos desdentados, gobernar en la sombra y aguantar cuernos como catedrales cistercienses, el destino de las princesitas del medievo era arbitrario, solitario y condicionado a parir decenas de niños que no sobrevivirían un año. La manera más eficiente que el joven reino de Portugal tuvo para captar adolescentes nacidas en las cortes extranjeras fue la seguridad financiera, que al fin y al cabo es lo que cualquier chica necesita cuando se va a casar con un desconocido que no habla su idioma y seguramente no le interese un pimiento. 

 
(¿Quién quiere casarse con mi hijo)

Rentas vitalicias, tierras fértiles y villas eran regaladas a las nuevas monarcas para su administración, gestión y usufructo, como compensación, distracción y fuente de ingentes cantidades de pasta gansa que hacían de estas reinas señoras riquísimas y autónomas financieramente de sus maridos. La preciosa villa amurallada de Óbidos, fue la la preferida de la fenomela Filipa de Lencastre, de mi super reina favorita Leonor de Avis y, como no, de la Reina Santa Isabel, quien hizo de esta villa la más mimada de las aldeas medievales portuguesas y por cuyas murallas y callejuelas caminé durante los adorados veranos de mi infancia con mi querido abuelo Manuel Silvério que me contaba, con tanto cariño y respeto, las historias de estas reinas poderosas y magníficas, un ejemplo para las mujeres que él mismo ayudó a educar. Yo tuve la suerte de ser una de esas afortunadas. Ojalá esté a la altura de su recuerdo.

Las paredes más bonitas del mundo

Hace tiempo leí que el museo más visitado de Portugal era el Metro de Lisboa. Inaugurado en 1959, sus 19 primeras estaciones estaban cubiertas por los preciosos azulejos diseñados por la pintora, ilustradora, ceramista y genial Maria Keil, responsable por la modernización de este arte tan hermoso y tan nuestro, el de la espectacular azulejería portuguesa


(María Keil, te queremos)

Así, la red metropolitana lisboeta se ha convertido en un lienzo para arquitectos, artistas plásticos, decoradores, con estaciones tan bonitas como las de Rato, recubierta con azulejos de la superlativa obra Helena Vieira da Silva, la de Olaias, considerada una de las más bellas del mundo y en la que intervino el gran Pedro Cabrita Reis, o la del Oriente, una locura donde convergen obras de artistas de Islandia, Japón, India, China o Mali y que fue construída para la Expo 98, dedicada al futuro de los Océanos y que resucitó toda la degradada zona oriental de Lisboa.
 

(Rato y Vieira da Silva)

En aquel espacio sobre el Tajo dejado durante décadas al abandono y la desidia, los azulejos volvieron a embellecer las paredes de acuarios, salas de espectáculos y pabellones que ganaron premios y distinciones gracias a las obras de artistas contemporáneos como Fernanda Fragateiro, Ilda David o Roberto Matta. La aparente simplicidad, luminosidad y limpieza del azulejo volvió a renovar Lisboa, y la posicionó como la ciudad más original y arrojada de la Europa de los años 2000.
 

(Olaias mola todo)

Pero el arte portugués no sólo decora paredes, fachadas y jardines. Los suelos de mi país  llevan desde el siglo XIX siendo decorados por la hermosa y destroza-tacones calçada portuguesa. Millones de adoquines de caliza blanca y negra tapizan las plazas y avenidas principales de nuestras ciudades y son ellos también obras de arte en manos de genios como Eduardo Nery, el jovencísimo Vhils y, como no, de la querida, talentosa y nunca olvidada Maria Keil. 

Tres años y 60 Cartas Portuguesas

Esta Carta celebra muchas cosas. La llegada de Junio, los días largos y frívolos del verano y los tres años de vida de las Cartas Portuguesas, el proyecto del que más orgullosa estoy y con el que he empezado una nueva y asombrosa fase de mi vida. Todo gracias a ti. Nunca me cansaré de agradecerte.
 
 
(Uno de mis sellos favoritos)

Escribirte sobre Portugal es una gozada y un honor, si te soy sincera. Es como contarte un secreto sólo de los dos, y no hay día que no busque nuevas historias que compartir contigo. ¿Sabías que en los años 70 hubo una comunidad caboverdiana, venida de Portugal, que trabajó en las minas de carbón del Bierzo? ¿O que en el siglo XVI unas monjas valientes salvaron a miles de esclavos de la muerte segura en la isla de Madeira? ¿O que el chungo de Carlos María Isidro de Borbón era un loco liberal comparado con su mujer, la princesa portuguesa Teresa de Bragança, una ultraconservadora que hizo todo lo posible para el absolutismo jamás fuera erradicado en España? 


(El mal vencerá)

Hay tantas historias como Cartas pendientes de enviarte. Y lo seguiré haciendo mientras estés de ese lado, con ganas de aprender y conocer más de Portugal, ese pequeño país tan poco conocido aún por sus únicos vecinos, con los que hemos tenido una relación extraña, a veces íntima, otras recelosa y muchas veces de espaldas, como si fuéramos desconocidos. Espero que estas Cartas Portuguesas sirvan para unirnos un poquito más. Ya me dirás si lo consigo.

Un fado de despedida 
 
Hoy me despido con mi fadista preferida, la magnífica e portentosa Amalia Rodrigues, dueña de la mejor y más portuguesa de las voces. Toda ella es increíble, toda ella es Portugal, toda ella es mar y saudade. Viva Amalia y El Fado Portugués!


Y te recuerdo que te espero el próximo sábado en la Feria del Libro de Madrid, en la caseta 347, de 12.00 a 13.30. Te espero con un beso y libro. 
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Obrigada por leres esta carta. Te escribo dentro de un mes.
Rita Barata Silvério
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