¡Esto es un escándalo!

¿Cómo somos los portugueses? Según los extranjeros que nos visitan, Portugal está poblado por seres extremadamente calmos, educados y solícitos, que pasan por la vida sin apenas levantar la voz. Dice el mito popular que somos un país de apacibles costumbres, una suerte de paraíso del ansiolítico que milagrosamente ha conseguido sobrevivir mientras el resto del mundo se desangraba en guerras mundiales, holocaustos y crisis económicas. Por suerte, conocer la Historia es el mejor antídoto contra las teorías mistificadoras. Y la nuestra está rebosante de episodios dramáticos, sanguinarios y escandalosos. 
 
Cuando los romanos invadieron Hispania, sus legiones fueron recibidas a pedradas por un pueblo guerrillero y bastante macarra, los Lusitanos, que liderados por un pastor llamado Viriato lucharon con todas sus fuerzas contra Roma y sus pérfidos avances tecnológicos, culturales e institucionales.


 
(Afonso Henriques, siempre de buen rollo)

Nuestro primer rey, Afonso Henriques, fue un camorrero de mucho cuidado, que no solo le declaró la guerra a su propia madre, como se montó un país a base de cercos y batallas que caracterizarían durante siglos las turbulentas relaciones con su único vecino, España. Y cuando Portugal ya era una de las naciones más poderosas del mundo, el Santo Oficio se lo pasó pipa quemando a herejes y señoras adúlteras en pleno centro de Lisboa.
En el tormentoso siglo XIX dos príncipes convirtieron nuestro país, ya agotado tras las invasiones francesas, en un desastroso campo de batalla, provocando una Guerra Civil que causó miles de muertos y arrastró al país al colapso económico y social. Como consecuencia, durante los siguientes doscientos años, pasamos por la violenta Primera República, la dictadura de Salazar, la dolorosa guerra africana y una revolución de tanques y claveles que asombró al mundo y que casi lleva a Portugal a la ruina total. Nada mal para un país donde, dicen, nunca pasa nada.
 
Coge el dinero y corre
 
La relación endogámica entre la clase política y el dinero ha dado, por lo general, pésimos resultados. Y más en países donde la tradición democrática es relativamente joven. En el Portugal de los años 80, con ríos de dinero llegando desde la CEE, los excesos cometidos por políticos y funcionarios de medio pelo crearon una sensación de impunidad que ha tardado años en desaparecer. 
 
Alcaldes que aunque han sido condenados y encarcelados varias veces no pierden una única elección, recalificaciones sin escrúpulos de paisajes protegidos para la construcción de centros comerciales y urbanizaciones de lujo o sobornos para la concesión de visados a empresarios rusos de dudosa reputación, desde los años 80 los medios de comunicación han sido testigo de una interminable lista de casos que deberían avergonzar a cualquier país. Toda una red de corruptelas que salpicó el mundo del fútbol, las universidades y la banca y que acabó con los huesos del Primer Ministro José Sócrates en la cárcel, acusado de 31 delitos.
 

(Esta es la cara que se te queda cuando eres el mayor falsificador de la Historia)
 
Todos estos casos, que cuestan al Estado portugués al año más de 18.000 millones de Euros, hacen que el esquema piramidal orquestado en los años 80 por la “Banquera del Pueblo”, una anciana de 70 años con pésima dentadura, parezca insignificante. Pero el más brillante de los escándalos financieros de nuestra historia sucedió a principios del siglo XX. Artur Alves dos Reis consiguió engañar a diplomáticos, políticos y economistas para introducir en el sistema monetario portugués el correspondiente al 1% del PIB en billetes falsos. Gracias a esta burla, compró el 20% del Banco de Portugal, minas en África, palacios y todas las joyas que pudo para su mujer. Los únicos que dudaron de este ascenso meteórico fueron los periodistas del diario lisboeta O Século, que provocaron su investigación y posterior juicio. Artur Alves dos Reis solo tenía 27 años cuando lo encarcelaron por el mayor crimen de falsificación del mundo. Los millenials de antes molaban más.
Sexo, monjas y cintas de vídeo
 
No hay nada más entretenido para un país que un buen escándalo sexual. Estrella del pop que acabaron en el hospital debido a desgarradoras prácticas amatorias o monjas más entregadas a los deseos reales que a la mística divina, los bajos fondos portugueses son tan importantes para nuestra memoria colectiva como las fechas del descubrimiento de Brasil.
 
Las indiscreciones de la Monarquía siempre han causado cierto rubor y vergüenza ajena. Al pobre Afonso VI le arrebataron el trono tras un juicio público donde 14 mujeres testificaron sobre el tamaño (e inutilidad) de los testículos reales. Mientras, al voraz João VI se le atribuyeron cuernos, relaciones homosexuales y un asistente con una función, cómo decirlo, demasiado manual. Y a la última reina de Portugal, siempre le persiguió el rumor de su lesbianismo que, dicen, nunca ocultó. Bien por ella.

 
(João VI, o la belleza está en el interior)

Pero no solo de aristócratas viven los escándalos. Aún hoy causa conmoción el recuerdo de la trama de abusos sexuales a niños a finales de los años 90 y que puso en causa el papel protector del Estado con los más necesitados. Mientras, centenares de esposas indignadas inundaron los medios de comunicación con cartas exigiendo el cierre de los burdeles de carretera y, de paso, el regreso de sus maridos descarriados a casa. 20 años más tarde, los puticlubs siguen con las luces encendidas y de los maridos que se gastaban el sueldo en champán del malo nadie ha vuelto a hablar.
 
Aunque nada superará el llamado el Caso Taveira, uno de nuestros escándalos más sonados y que tuvo como protagonista al arquitecto favorito de la jet set portuguesa que se grabó manteniendo relaciones sexuales con decenas de mujeres sin su consentimiento. El Primer Ministro defendió su honorabilidad, la revista Interviú fue secuestrada por publicar el reportaje con toda clase de fotos, el precio de las cintas de VHS alcanzó su máximo histórico y nacieron expresiones populares imposibles de traducir aquí. Mientras aquellas mujeres fueron ridiculizadas durante años, el travieso arquitecto que grabó ilegalmente encuentros íntimos, ha seguido facturando millones de Euros, incluso del Estado portugués.
Una canción de despedida
 

Spotify nos ha enviado una playlist con nuestras canciones más escuchadas durante el 2020. Como una metáfora, la mía ha sido Tudo Certode Dino D'Santiago y Branko. No sé si todo va a salir bien, como dice la canción, pero no he parado de cantarla por si acaso.

En la calle que lleva el nombre del desaparecido Diario O Século, sobrevive el restaurante Snob, refugio de periodistas, bohemios y demás gentes de bien y donde se puede cenar el mejor filete de la ciudad hasta las tantas de la madrugada. Es el primer sitio donde pretendo regresar cuando vuelva a Lisboa. ¡Por favor, resistid!

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